Hubo un tiempo en que autores como Charles Dickens, H.G. Wells, Jules Verne o Sir Arthur Conan Doyle dieron rienda suelta a su imaginación en novelas fascinantes sobre un período histórico complejo. La época victoriana fue una era llena de posibilidades y nuevos desafíos, donde se hablaba de ciencia y tecnología en los clubs y salones más selectos, pero también en los barrios de inmigrantes de las grandes ciudades ennegrecidos por el hollín y a los cuales empezaba a llegar la electricidad. Pasiones y ambiciones se mezclaban a partes igual en un mundo dominado por los imperios económicos.
En sus páginas hablaba de una antigua hermandad llegada de Francia hace ahora más de cien años, que compró un solar abandonado en el centro de la ciudad con el fin de construir la sede central de lo que ella denominaba La Sociedad del Tiempo. Los planos del edificio en cuestión eran complicados; su fachada neogótica parecía albergar en su interior múltiples habitaciones, infinitas galerías, pasadizos interminables entre sus salas e incluso un templo.